l váter no es una papelera es el título de muchas campañas de concienciación que se llevan a cabo por todas partes. Por qué? Por el elevado impacto ambiental, técnico y económico que generan en el alcantarillado los residuos lanzados por el váter, principalmente toallitas húmedas y productos de higiene personal. La cuestión de las toallitas húmedas genera cada vez más noticias en los medios de comunicación, y se han convertido en el enemigo número uno de los servicios de limpieza de residuos de muchas ciudades. La primera alarma se disparó en Londres el año 2013, cuando se descubrió que un tapón enorme de 15 toneladas y el tamaño de un autobús colapsaba las alcantarillas de la ciudad. En medio de una enorme expectación mediática, finalmente el tapón se deshizo. En la ciudad de València, hace unos días, se extrajeron 500 toneladas de residuos del colector norte, principalmente toallitas.
Además del colapso del alcantarillado y de las instalaciones de depuración, el impacto económico de esta utilización incorrecta de las toallitas es enorme: en toda Europa, según la organización de operadores del ciclo del agua EurEau, representa un coste adicional de hasta 1.000 millones de euros. Los datos son abrumadores, ya que se calcula que supone entre el 8% y el 14% del costes total de las depuradores. En Euskadi, donde se calcula que se arrojan anualmente por el váter 2.400 toneladas de toallitas, se ha puesto en marcha la campaña No alimentes al monstruo:
En definitiva, un problema ambiental y económico enorme que tiene una solución relativamente sencilla: el uso correcto de estos productos de higiene personal, que en ningún caso se pueden lanzar por el váter, sino a la fracción resto no selectivo. Algunas autoridades en materia de agua alertan que en muchos casos las toallitas se etiquetan como biodegradables y los fabricantes las presentan como que se pueden tirar por el váter. No obstante no dicen cuánto tiempo tardan en disolverse en el agua, de manera que también pueden llegar como residuos sólidos a las infraestructuras de depuración, a los ríos y al mar. EurEau lo destaca en un informe al respecto.
Las ordenanzas ciudadanas de muchos municipios ya sancionan esta mala práctica. Es el caso de la ciudad de València, donde la sanción es de 3.000 euros. Así, pues, es necesario recordar que el váter no es una papalera. Es cosa de todos y todas: con un gesto muy sencillo se pueden evitar problemas ambientales muy graves y proteger nuestro entorno.